| | Era
el lunes de la última semana del campeonato intersecundarias de futbol
y yo ya pensaba en el partido del domingo, en el que sólo necesitaríamos
el empate para ser campeones; jugaríamos contra el último lugar
de la liga, por lo que no habría ningún problema para derrotarlos
y, por fin, nuestra escuela obtendría un campeonato.
Siete largos
días, con sus respectivas noches de insomnio, me las pasé pensando
en el partido, en las jugadas; vivía los goles una y otra vez; repetía:
"pase de La Muñeca a La Piernuda, centro por la derecha, gol de El
Conejo", o "pase de El Conejo al Garrincha y golazo".
| Todas
las noches lo volvía a vivir y cada noche le aumentaba uno o más
goles en el marcador; creo que el viernes mi resultado era 8-0 o más, ya
no lo recuerdo.
Pero llegó el sábado y empecé a pensar
¿y si perdemos?, no, decía, eso no puede pasar; podemos no ganar
el partido, pero el campeonato está amarrado, con un simple empate lo tendremos;
en caso de no anotar difícilmente nos meterán un gol con ese par
de centrales que tenemos: El Verdugo junto con El Coco, el primero llevaba en
su apodo la manera de jugar, antes de que algún contrario pensara en anotar
le cortaba la cabeza, y el otro daba miedo nada más de verlo, porque a
sus 14 años medía 1.70 metros, claro, yo lo veía como de
dos metros.
No tenía por qué temer, en dado caso que pasaran
a nuestros defensas, aparecía la figura importante de nuestro portero,
quien únicamente había permitido 18 goles en 13 juegos, por lo tanto,
deseché ese temor y me repetía, una y otra vez: "ese campeonato
es nuestro".
Por si fuera poco, contábamos con la mejor banca
de todas las secundarias. La única desconfianza que percibía de
parte de los demás jugadores, maestros, familiares y del entrenador era
hacia la suplencia en la portería, pues nunca había entrado a jugar
ni un sólo minuto, y es que con ese portero titular, para qué meter
al suplente. Nuestra estrella nunca llegó tarde, nunca faltó, nunca
se lesionó, ¿por qué tendría que pasarle algo en el
último partido? No, eso no podía ser.
No teníamos
por qué dudar. Bueno, y en dado caso, por algo estaba El Patachín
como portero suplente. Siempre el primero en llegar, con los zapatos brillantes
como un sol, siempre dispuesto a cooperar; en el calentamiento de tiro a gol,
siempre en la portería recogiendo balones, siempre con las ganas de entrar
a jugar. Cuando terminábamos el partido, el entrenador decía: "para
la otra mi Patachín, es que no se lesionó El Venado", como
le apodábamos al titular.
Por fin llegó el día esperado,
domingo ocho de la mañana. Por primera vez, en toda mi vida, no necesité
del despertador ni de mi mamá; creo que eran las cinco de la mañana
cuando terminé de vestirme y esperaba impaciente a que diera la hora para
que me llevaran al campo de juego. ¡Qué importancia tenía
ese día! Mi escuela tendría un trofeo de campeón en la vitrina
y ahí nuestros nombres quedarían grabados para toda la vida.
Luego
de la larga espera, al fin las siete de la mañana, todos frente al entrenador,
que daría la alineación inicial. Realmente no sé para qué
el ritual de sentarnos a todos frente a él, total, siempre era la misma.
Se inició con El Venado a la puerta; El Verdugo, El Coco, La Lombriz y
El Moco a la defensa; La Muñeca y La Piernuda a la media; El Conejo, La
Jerga, David y Garrincha a la delantera.
¡Qué emoción
al escuchar la alineación! Estábamos completos, no faltaba nadie.
Por primera vez sentí que estaba dentro del juego, incluso antes
de que empezara. Inmediatamente el técnico dio instrucciones a la banca:
"todos atentos, no quiero que se distraigan. Patachín, cuidado con
los balones, al que no vea atento no lo alineo".
Así inició
el encuentro, el equipo contrario fue el primero en sacar, empezando un ataque
por la derecha, se notaba que estaban dispuestos a vender cara su derrota. El
partido continuó con ataques por parte de los dos equipos, el gol se olía
para cualquiera.
No podía ser, terminaba el primer tiempo con el
marcador empatado a cero. El temor empezó a apoderarse de mí y de
todos mis compañeros, ¿sería posible perder el campeonato
en el último juego?
No recuerdo las palabras de mi entrenador,
pero para el segundo tiempo salimos a dar todo. Después de varios minutos
los esfuerzos del equipo rindieron frutos y, a escasos tres minutos para terminar
el partido, el entrenador dio la instrucción al árbitro: "cambio,
sale El Venado, entra El Patachín".
No lo podía creer,
yo, El Patachín, entraba en el partido más importante del campeonato.
Ese juego decidía al campeón. No me importó que el marcador
fuera 4-0 a nuestro favor, que el partido estuviera decidido o que tal vez no
tocara ningún balón. Lo único importante para mí era
que estaba jugando yo en un partido oficial.
Creo que el árbitro
terminó el juego dos minutos antes, porque sentí que el tiempo pasó
como un relámpago.
No toqué el balón, pero eso no
importó, yo, El Patachín, era el campeón de todas las secundarias.
Todo
esto pasó hace 30 años y cada segundo domingo de junio tomo el trofeo
que gané con mis compañeros y vuelvo a vivir aquel juego en el que
fuimos campeones pero, principalmente, esos últimos minutos del partido. |
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